
Y cuando en medio del infierno compuesto de tormentos por él mismo creados, las crueles imágenes de la lujuria con gran ahínco le atacan - Oh, ningún corazón fue jamas poseído por vicios tantos, tanto desenfreno, si, ningún corazón -, él levanta por fin esos brazos huesudos, brazos sin salvación hacia los cielos, y sus manos oran। Su febril oración, empero, solo forma tormentos de placer insatisfecho cuyas brasas penetran fluidas en el espacio místico de gran infinitud y nunca suena el Evóe dionisíaco con ebriedad mayor que en los rabiosos éxtasis de saliva espumante, cuando rompe su grito con desesperación mortal el cielo: ¡Exaudi me, María!
( Gerog Trakl, Cantos de muerte, "Ensueño del mal" : El Santo )

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